miércoles, 25 de julio de 2012

Liderazgo y rock and roll


En su libro Rockvolución empresarial (Empresa Activa), Salva López, colaborador del Departamento de Dirección de Marketing en ESADE Business School, sostiene que “en un mundo que necesita reinventarse, debemos aprender de las buenas ideas allí donde estén (…) y los músicos tienen una original manera de pensar y afrontar los retos”. Leyendo el libro de Salva acudían a mi mente pasajes del capítulo de mi vida en que, dedicándome al periodismo político, “alternaba” con la crítica musical. Para mí tan serio era lo uno como lo otro, pero no eran pocos los que se sorprendían de que mantuviera esa dualidad. En España, la música es un pasatiempo, tanto para la mayoría de la gente como para nuestros gobernantes; en otros países, es algo muy serio.

Por eso entiendo perfectamente lo que sentía Salva López cuando –lo explica en su libro– ocultaba su afición por la música en las entrevistas de trabajo. Y me siento identificado, puesto que yo siempre he militado en bandas de rock y, como él, siempre lo he callado en las entrevistas de trabajo (o mientras realizaba mi trabajo).

(ladillo) Rock the nation!
En Estados Unidos muchos ex miembros de bandas de rock son ahora altos ejecutivos de grandes multinacionales. Bill Clinton se ponía gafas oscuras y tocaba en público (¡y en televisión!) el saxofón mientras era presidente, y Barack Obama ha cantado en más de una jam session de las que se organizan regularmente en la Casa Blanca, desde 1978, como parte de la serie In Performance at the White House. Ignoro qué se escucha en la Moncloa, ni me consta que se haya hecho nunca un concierto allí. De hecho la música ni siquiera se considera cultura en España (de ahí que no se pague por ella un IVA reducido).



En las entrevistas de trabajo puede que te pregunten si practicas algún deporte, pero difícilmente te preguntarán si tocas en algún grupo de música. ¿Intentan saber algo más sobre tu persona y tus habilidades sociales? Pues bien, citando a Salva López: “una banda de rock es un entorno de creatividad, trabajo en equipo, orientación a objetivos, negociación, innovación y metodología, una banda bien puede ser un equipo de alta rendimiento ¿Y no son estos términos fundamentales en el mundo de la empresa?”.

Este punto de vista nos puede ayudar a reconocer que U2, The Rolling Stones o Bon Jovi –por poner ejemplos mediáticos– son empresas dedicadas al show business y que Bono, Mick Jagger y Jon Bon Jovi no sólo ejercen la dirección artística de las mismas: gestionan talento, entusiasmo y brillan como solistas apoyándose en sus compañeros. Lo dijo una vez el batería de los norteamericanos Aerosmith: el nivel de competencia de un grupo de música cuando está tocando es igual a la capacidad que tenga su miembro más débil, o sea, el instrumentista con menos habilidades o talento. Una manera inteligente de decir que todos los miembros de un equipo son importantes (si uno no funciona, se convierte en una nota disonante), ergo si Aerosmith han conseguido llegar donde están no puede deberse solo a su famoso cantante y a su guitarrista principal. Y es que un grupo de música actuando en directo es uno de los paradigmas del trabajo en equipo “en tiempo real”.

(ladillo) Rock your business!
En Estados Unidos se organizan cada año los llamados Rock and Roll Fantasy Camp, en los que, pagando una bonita cantidad de dinero, puedes convivir unos días con estrellas del rock de primer nivel; practicar con ellas (no es necesario tener conocimientos previos de música ni tocar ningún instrumento) y, como colofón, actuar a su lado en alguna sala de conciertos con solera del país.

David Fishof, fundador y CEO de Rock and Roll Fantasy Camp, es también autor del libro Rock your Business: what you and your company can learn from the business of rock and roll. En palabras del ex cantante de Van Halen, Sammy Hagar, Fishof muestra en su libro porqué las más grandes estrellas del rock mundial son también las entidades más innovadoras, y de qué manera un empresario puede alcanzar el mismo estatus como emprendedor. Por cierto, Jon Bon Jovi es asesor político de Barack Obama y se sienta en el Consejo de la Casa Blanca para Soluciones Comunitarias al lado de gente como John Donahoe (presidente de eBay) o Paula Boggs (vicepresidenta de Starbucks).

De hecho, Fishof también organiza el Corporate team building and training camp, donde los empleados de cualquier empresa se convierten en estrellas de rock and roll para crear e interpretar sus propias composiciones con la ayuda de auténticos artistas. Adaptación al cambio, creatividad, trabajo en equipo, comunicación, gestión del entusiasmo, compromiso para llevar a la práctica las ideas… un estimulo y una forma diferente de revitalizar o reiniciar a los empleados.

(ladillo) Rock your fans!
Las empresas sueñan con fidelizar clientes. ¿Hay un cliente más fiel que un fan de un grupo musical? Cuántas lecciones podrían extraer los empresarios si hicieran un case study sobre el modo en que algunos grupos consiguen esos incondicionales die hard fans. Salva López nos ayuda: “pregúntese si sus clientes sienten algún tipo de entusiasmo por su producto o servicio, y pregúntese qué hace usted o su empresa para generar, alimentar y gestionar ese entusiasmo. ¿Cuida usted a sus clientes mejor o peor que a los potenciales clientes que trata de atraer?”. Esta última pregunta no es baladí, pues todos conocemos casos de empresas que disponen de mejores ofertas para clientes nuevos que para aquellos que llevan años con ellos; que se desviven por captar nuevos clientes antes que cuidar mejor a los que ya tienen. Pensemos en la fidelidad del fan… ¿puede su empresa, producto o servicio generar sensaciones parecidas a las que un fan siente cuando escucha su música favorita?
Keep on rocking!

También puedes leer mi artículo en el blog de tendencias en comunicación del Grupo BPMO

jueves, 19 de enero de 2012

Disecar entradas de conciertos







Conservo las entradas de los conciertos a los que he asistido. No hay ánimo de coleccionismo en ello, ni las tengo guardadas en lujosos álbumes adquiridos ex profeso. Son una especie de souvenir que me permite revivir, en parte, tantas y tantas experiencias, inolvidables unas, para olvidar otras… Para mí, contemplar las entradas es como mirar fotos antiguas: evocan recuerdos de momentos que no volverán a repetirse en el tiempo. Porqué puedo volver a pinchar el disco de un músico cuantas veces quiera, pero nunca podré volver a asistir “ese” concierto.
Los más jóvenes deben preguntarse qué gracia tiene guardar un papelucho amarillo sacado del cajero automático de una entidad bancaria o un papel impreso en blanco y negro (del mismo modo que se preguntan qué gracia tiene comprar música grabada en un soporte físico, que ocupa metros lineales de estantería, cuando en Spotify “está todo”).
Qué tiempos aquellos en que las entradas de los conciertos se imprimían en color, con fotos promocionales del grupo o solista en cuestión. Había quién cuidaba el diseño de esas entradas como si fueran una parte más del todo: la música-el artwork del disco-el póster y las entradas de la gira… formando parte de una misma concepción artística… o promocional, como quiera verse. En cualquier caso, cuando el dependiente de la tienda de discos sacaba el talonario de entradas y cortaba la tuya por la línea de puntos del troquel sentías algo similar a cuando comprabas un disco. Bueno, para ser justo, tampoco antes todo el mundo cuidaba ese aspecto, que de todo ha habido siempre.
Hoy en día, las entradas hay que ir a buscarlas al cajero automático de un banco, que te las escupe en un papel mal impreso y encima te sustrae una impertinente comisión. Para más inri, en ocasiones, de la poca tinta usada, apenas puedes leer la letra impresa. Lamentable.
Efectivamente, este ejercicio de nostalgia viene al caso porque he recuperado recientemente los álbumes de fotos con tapas asépticas (me estoy planteando tunearlas) que uso para guardar, en orden cronológico, las entradas de los últimos 25 años. Lo hago de uvas a peras, pues solo cuando he acumulado muchas entradas voy en busca del álbum y dedico un buen rato a incorporarlas.
No me considero fetichista pero, junto con las entradas, en ocasiones he guardado púas lanzadas por guitarristas, un set list, memorabilia, confeti, etcétera. Cosas livianas que puedan guardarse en el mismo álbum de fotos. Conservo también, de cuando publicaba critica musical en periódicos y revistas, pases de prensa, V.I.P. e invitaciones varias.
El primer álbum, el que reúne las entradas del periodo que va de finales de los años 80 a finales de los 90, es un compendio de colores, formatos y tamaños. Pero, en algún momento de la pasada década, la cosa se torció en el negocio de la música en general y en el de las entradas para conciertos en particular. De repente, me di cuenta que debía cubrir páginas enteras del álbum con esas anodinas entradas de cajero automático o con las impresas en blanco y negro que te ofrece algún comercio. Sencillamente, guardar las entradas estaba dejando de tener su gracia en el plano estético. Pero, además, de algún modo la triste visión de esas entradas impregnaba el recuerdo del concierto. Y por ahí no iba a pasar.
Finalmente encontré una solución “muy del siglo XX” para que, en pleno siglo XXI, lo que quedara de una gran experiencia en directo no fuera un triste papelucho. Una solución que todavía me satisface más que el hecho de “disecar” la entrada: adjuntar fotografías en papel de lo vivido en ese concierto.
El caso es que se había perdido la magia que tenían las entradas para evocar o prolongar en el tiempo el placer de la experiencia disfrutada en un momento puntual. Pero mediante las imágenes del concierto que incluyo junto a la entrada lo rememoro más fielmente e, incluso, aprecio detalles que me pasaron por alto en directo (sobre el equipo que usaba algún músico, sobre el propio escenario, sobre las pintas de los miembros del grupo, etcétera).
Leo en Internet que el grupo español Obús hizo recientemente una tirada limitada de entradas “de taco” a color para un concierto en Madrid en el que celebraba sus 30 años de vida. Las entradas se ofrecían en dos tiendas de discos físicas de Madrid y tuvieron una gran aceptación. Ojalá esta iniciativa cale y se extienda.

viernes, 2 de julio de 2010

Xavier Cugat, todo un personaje



Tengo un vago recuerdo de cuando, siendo un niño, vi en televisión una entrevista que le hacían a un ya decrépito Xavier Cugat, que había vuelto a España para pasar los últimos años de su vida. Recuerdo ver junto a él a una jovencísima Nina, que empezó en esto de la farándula apadrinada por este catalán universal. Para ser honesto, ver juntos a aquel octogenario demacrado, que más que hablar balbuceaba, y a aquella niña me repugnó. Pero por aquel entonces yo no tenía ni idea de quiénes eran Xavier Cugat y Nina.

Mucho tiempo después, el lento y sinuoso avance de una cola kilométrica para acceder al Teatro-Museo Dalí de Figueres (Girona) me situó temporalmente delante de una librería a la que en otras circunstancias seguramente no habría prestado atención. Sin embargo, teniendo por delante una larga espera para acceder al museo, dejé guardando la cola a unos amigos (y a mi futura mujer) y entré en la librería. Una vez dentro, descubrí que más bien se trataba de una turística tienda de recuerdos. No obstante, un libro captó mi atención: Yo, Cugat. De hecho, lo que me llamó la atención fueron las cubiertas: un collage con las fotos de algunos de los artistas más famosos del S.XX: Frank Sinatra, Rodolfo Valentino, Clark Gable, Rita Hayworth, Fred Astaire, Mae West, Charles Chaplin, Caruso, Gloria Sawson, Errol Flynn… y Xavier Cugat salía con ellos en las fotos… Un precio razonable y un interior repleto de material fotográfico de primera me convencieron para llevarme a casa la autobiografía de aquel hombre que recordaba haber visto en la tele de pequeño, y por el que súbitamente empecé a sentir curiosidad. Digo “empecé”, porque lo cierto es el libro pasó a acumular polvo en una estantería de casa.

Pero el destino estaba escrito: años más tarde, concretamente en 1998, dedicándome a la crítica musical, me llegó a la redacción un sobre con varios CD, entre los que se encontraba uno… ¡de Xavier Cugat! La portada estaba ilustrada con una foto de Cugat calándole una gorra en la cabeza a un jovencísimo Frank Sinatra que iba vestido de militar. Y es que el reclamo del CD, que no era más que la enésima recopilación de éxitos grabados por la orquesta de ritmos latinos de Xavier Cugat, era la inclusión de un tema grabado junto a Frank Sinatra, My Shawl, ¡cuyos primeros compases pertenecen a una canción tradicional catalana! Sí, Cugat asegura que la primera canción que grabó “la Voz”, cuando sólo contaba con 18 años, fue con su orquesta, si bien la discografía oficial publicada por la familia Sinatra le desmiente. En cualquier caso, la amistad entre ambos era patente, ya que el prólogo de Yo, Cugat (reproducido también en los créditos del CD) estaba escrito por el mismísimo Sinatra.

¿Fue esta segunda oportunidad que me brindaba el destino suficiente para sacar la autobiografía de Cugat de la estantería en la que acumulaba polvo…? ¡No! Ha sido ahora, en 2010, y sin ningún motivo digno de mención, cuando he recuperado ese libro. Y lo que he encontrado en él ha sido sorprendente, no sólo porque, efectivamente, la lista de amigos de Cugat incluye a los personajes famosos que salen en la cubierta del libro, sino porque tiene en su haber algunos hitos:

–Uno de los primeros (si no el primer) cortometrajes musicales de la historia lleva su nombre y su música: Cugat and his gigolos.

–En su orquesta tocaron y cantaron los mejores (¡Bing Crosby, fue su cantante durante una temporada!).

–Ayudó a Cole Porter con el clásico Begin the Beguine.

–Fue el descubridor de Rita Cansino, a quien cambió el nombre por el de Rita Hayworth…

–Asegura ser el descubridor de Dean Martin y Jerry Lewis. De hecho, la idea de que formaran una pareja artística fue suya.

–Presentó a Edith Piaff en el show de Ed Sullivan, y fue testigo en otra ocasión de cómo éste insultaba a una todavía desconocida Barbara Streisand, a la que definió como “nariguda y ordinaria”.

–Vivió en primera persona el nacimiento de Hollywood y los grandes estudios. Actuó en algunas películas de la Metro Goldwyn Mayer y puso música a las primeras películas sonoras.

–Fue el caricaturista oficial del periódico Los Ángeles Times (la caricatura era su gran hobby)

–Cenando en casa de Picasso, “que lo cocinaba todo con brandy y coñac”, éste le regaló una botella de Napoleón de 100 años.

–Era íntimo amigo de George Gershwin; el pionero de la automoción Henry Ford era admirador suyo; conoció a Hemmingway y asistió con él a corridas de toros; intimaba con Dalí…

– Emperadores y reyes de medio mundo asistían a los conciertos de su orquesta (¡y alguno de ellos intentó ligarse a alguna de las espectaculares mujeres que tuvo el músico catalán!)

El listado es impresionante. En la actualidad, el nombre de Xavier Cugat quizá no le diga nada a la mayoría de catalanes y españoles, pero hubo una época en que este hombre fue el rey de la rumba y el cha-cha-cha, una estrella mundial con casa en Beverlly Hills, fotos dedicadas de siete presidentes de los Estados Unidos (Nixon llegó a presentárselo al entonces Príncipe Juan Carlos, el actual Rey de España, diciéndole: “Este es nuestro Cugui”) y cuatro, sí, cuatro estrellas en el Paseo de la Fama de Hollywood Boulevard que recuerdan sus múltiples éxitos en la música, el cine y la televisión.

lunes, 26 de abril de 2010

Aerosmith, un bis de 40 años



27-06-2010, Aerosmith en Barcelona…

Mi anécdota favorita de Aerosmith: finales de los 70, los toxic twins (aka Steven Tyler y Joe Perry) atraviesan su periodo más duro de adicción a las drogas. El grupo suele cerrar todos los conciertos de la gira con el mismo tema, pero, una noche, les da por hacer justo al revés y empiezan el concierto con la canción de marras. Cuando la terminan… ¡se despiden del público y abandonan el escenario! Alguien tuvo que recordarles que habían tocado tan solo un tema y que era conveniente volver al escenario… La vaguedad de la explicación invita a pensar que se trata de otra leyenda urbana (o rumana, que diría un amigo mío) de la época en que el grupo se metía por la nariz un tercio de la economía colombiana (Tyler dixit). Pero parece ser cierta. Y se non è vero è ben trovato.

Aerosmith compuso bajo la influencia de las drogas gran parte de los clásicos de su repertorio de los años 70: Back in the Saddle, Sweet Emotion (una de mis canciones fetiche), Toys in the Attic, Walk this way… A finales de la década de los 80, ya (o supuestamente) limpios de drogas también editaron dos excelentes discos, Permanent Vacation y Pump, que les devolvieron al primer plano de la música rock americana. Sin embargo, actualmente publicar cada nuevo disco les supone un suplicio, y ya hace tiempo que deben recurrir a compositores y arreglistas mercenarios del tipo Desmond Child para sacar adelante algunas composiciones. En directo, sin embargo, continúan ofreciendo un gran espectáculo de rock and roll.

Los de Boston incluían Barcelona como uno de los destinos fijos en sus giras europeas de los años 90, de manera que aquí conocemos bien la solvencia escénica de un grupo que en aquella década ya triunfaba con una propuesta sensiblemente diferente a la que los encumbró a mediados de los años 70.

Para muchos fans la evolución en los 90 fue gradual y en ningún caso traumática. En aquella época, los norteamericanos habían conseguido un cierto equilibrio entre sus antiguas composiciones de hard rock y las nuevas piezas, con producciones pensadas por escalar las listas de ventas. Por este motivo, la banda había sumado a los fans de toda la vida una nueva generación que les hizo grandes en la década de los 90.

La prueba la teníamos en su creciente éxito de convocatoria, ya que, tras tocar en el Palacio de Deportes de la calle Lleida (Get a gripe tour, 1993, con Mr. Big de teloneros), en las siguientes visitas pasaron a actuar en el Palau Sant Jordi (Nine lives tour, 1997, y A little south of Sanity tour, 1999, esta última con Black Crowes de teleneros). Continuaban facturando buen rock and roll, pero, eso sí, cada vez tenían más protagonismo las secciones de viento, los teclados y las melodías edulcoradas.

Define canción lenta, por Joe Perry

El propio Joe Perry reconocía que hasta que no entraron en su vida gente como el A&R John Kalodner (un tipo fascinante: www.johnkalodner.com), y compositores-productores como Glen Ballard y Desmond Child (todos ellos especialistas en lograr hits: www.glenballard.com; www.desmondchild.com) cuando alguien le hablaba de hacer una canción lenta, pensaba que se refería a un blues lento... Ahora la guitarra favorita de Perry es Billie, una Gibson BB King Lucille de color blanco con la cara de su mujer pintada a tamaño gigante en la tapa de arce del cuerpo del instrumento…

Pero, a pesar del éxito comercial, Aerosmith hoy están lejos de su mejor forma musical… y física. Como anécdota, corre por youtube (www.youtube.com/watch?v=6CEoThnszn8) un vídeo reciente de Steven Tyler cayéndose del escenario y pegándose un costalazo en un concierto en Dakota del Sur. Esto se suma a recientes problemas de salud del cantante, que ya no es un niño precisamente, y rumores sobre recaídas en la droga.

Son muchos los que creen que los malos rollos que ha habido últimamente entre Steven Tyler (el cantante bocazas que en una ocasión dijo que le cabía un cubo Rubik en la boca) y el resto del grupo –que llegaron a declarar que estaban buscaban nuevo cantante–, y la posterior reconciliación no eran más que un montaje para calentar la nueva gira por Sudamérica y Europa que los managers del grupo ya habían estado cocinando. Ya se sabe: vamos a ver a Aerosmith, que quizá sea la última vez… Yo, por supuesto, ya tengo mi entrada.

jueves, 18 de marzo de 2010

Surcos de vinilo aumentados 1000 veces


La foto es del surco de un disco de vinilo aumentado 500 veces a través de un microscopio electrónico. Los trozos oscuros que se ven son partículas de polvo.
Nunca hubiera imaginado esas “imperfecciones” en esos surcos que, cuando tienes un disco (bien conservado) en las manos, parecen perfectamente delimitados y alineados entre ellos. Lo que sería alucinante es ver, a esta misma escala, cómo la aguja se desplaza por los surcos (y cómo va enganchando, de paso, las partículas de polvo).




Esta otra foto está ampliada 1.000 veces, y le da a los surcos aspecto de paisaje rocoso.

Visto en las noticias de Hispasonic. Las imágenes forman parte de un trabajo de Chris Supranowitz, para un curso en la Universidad de Rochester.

viernes, 26 de febrero de 2010

Viajando con los Rolling Stones

(Mick Jagger en Nueva York, gira 1972. posted to Flickr by divadivamusic)

Dicen que en 2010 no habrá gira mundial de los Stones…

En su excelente y exhaustivamente documentado libro Rolling with the Stones, el bajista del grupo, Bill Wyman, evoca sus recuerdos de la gira americana que los Stones hicieron en 1972, la misma que Robert Greenfield inmortalizó en Viajando con los Rolling Stones. Lo curioso del caso es que el meticuloso Wyman menciona que los escritores Truman Capote y Terry Southern seguían la gira en calidad de cronistas (Capote, que recibió el encargo de la revista Rolling Stones, la abandonó muy pronto, contrariado con la actitud de los Jagger y los suyos), pero no menciona en ningún momento a Greenfield.

Se sabe que Mick Jagger se arrepintió de haber permitido que Greenfield tuviera libre acceso a la banda para escribir posteriormente sobre la gira (el libro no le gustó). ¿Quizás tampoco le gustó al bajista de los Stones y por eso decidió obviarlo en su alucinante recopilación?

En cualquier caso, yo también esperaba más de un libro mítico como es Viajando con los Rolling Stones (“S.T.P: A Journey through America with the Rolling Stones”). Acepto la importancia histórica del documento, por su retrato de la sociedad americana de la época; la canonización de la gira americana de los Stones en 1972 como uno de los fenómenos culturales de la década; y por contribuir al inicio de la leyenda de los Stones como “la banda de rock and roll más grande del mundo”. Pero no puedo evitar cierto escepticismo sobre lo que de verdad pudo ver Greenfield con sus propios ojos. El equipo de la gira, incluyendo a los propios Stones, viajaba casi siempre dividido (hasta el punto de encontrarse a menudo en ciudades diferentes) y queda patente que parte de la crónica la escribe a partir de informaciones facilitadas por terceras personas, pero el autor nunca lo aclara ni cita fuente alguna (más allá de reproducir algunas conversaciones, como si él siempre hubiera estado presente cuando se producían). Greenfield llega a relatar hechos protagonizados por algunos Stones en diferentes lugares al mismo tiempo, sin que esté documentado su don para la ubiquiedad. Vamos, que se hace difícil separar el grano de la paja, la verdad de la ficción, el rock & roll de la fantasía del rock & roll.

Y hablando de paja, ese es otro de mis problemas con el libro: demasiadas páginas no aportan nada e incitan a dar saltos hacia delante (tuve que reprimirme).

Ciertamente fue más excitante ver en su día Cocksucker blues, el documental que Robert Frank grabó durante esa misma gira. Cuando los Rolling Stones vieron el resultado prohibieron su exhibición (¡qué difícil es contentar a Mick Jagger!), pero circula desde hace muchos años una versión pirata no censurada del documental. La filmación de Robert Frank muestra el desenfreno de la gira: fiestas en el backstage, consumo de drogas, sexo explícito… Aunque luego se supo que no todo fue tan espontáneo como parecía: las escenas de sexo en el avión, por ejemplo, estaban planificadas, por eso los Stones se mantienen al margen y actúan sólo como voyeurs.

Cocksucker blues es el nombre de la canción que Mick Jagger entregó a DECCA cuando la discográfica obligó a los Stones a entregar un último tema antes de dejarles marchar a Atlantic. Obviamente DECCA no pudo publicarla jamás, como tampoco se pudo comercializar el documental de Robert Frank.

martes, 16 de febrero de 2010

En familia con Ian Astbury y Billy Duffy (The Cult)


Parece que The Cult preparan ya un nuevo disco…

Con The Cult nunca sabes a qué atenerte. En su concierto del 2006 en Razzmatazz (sala 1), Ian Astbury y Billy Duffy llegaron por separado a la calle Almogàvers. Duffy bajó de la furgoneta con una cara de pocos amigos que sus gafas de sol no disimulaban. Sin embargo, aquel día ofrecieron seguramente su mejor concierto en Barcelona, a la altura de su primera visita, cuando en el 91 tocaron en el Palau d’Esports de la calle Lleida. Ni se miraron, como siempre, pero ambos estaban en forma y Billy disfrutó al máximo sus poses de guitar hero con clase (la portada del Sonic Temple es un icono a la altura del Pantocrator de Sant Climent de Taüll).

En su visita de 2007 no vi la llegada del dúo, pero descubrir que el concierto se había trasladado a la sala 2 de Razzmatazz (algo más de 700 personas, frente a las 1.200 de la sala 1) no era un buen presagio. Además, Ian y Billy nunca se han caracterizado por la modestia e intuí que tocar en un sitio más pequeño les iba a doler en su ego. Para mí era un misterio entender dónde estaba el resto de la gente que había asistido al magnífico show del año anterior. De veras que lo era.

No obstante, intuyo que en su próxima visita aún puede haber menos seguidores, porque el concierto de 2007 no fue de los que hacen afición. Empezaron con Horse nation y ya vimos la que iba a ser la tónica de la noche: Billy Duffy no estaba contento con el sonido de su guitarra y se dedicó a soltar broncas a ambos lados del escenario (retrasando el inicio de los temas) y a lanzar miradas por encima del hombro a los músicos mercenarios que les acompañaban en esta ocasión (Mike Dimkitch, Chris Wyse y John Tempesta) como si no estuvieran haciendo bien su labor. Incluso Astbury, que iba muy flojo de voz y se quejaba, con razón, del axfisiante calor que hacía en la sala, intentó en algún instante que el público motivara al rubio guitarrista para que iniciase una de las canciones. ¡Qué cuajo tiene Astbury!, no miró a Duffy en todo el concierto, ni tan solo para ver qué narices le pasaba para estar tan cabreado con ¿el técnico de sonido?, ¿el de los monitores?, ¿su técnico de guitarras?, ¿con todos a la vez?

Qué decepción. Fue un concierto malo, no caben medias tintas: no hubo ritmo, el repertorio no fue el mejor, Atsbury estaba mal de voz, hubo un amago de set acústico con Revolution y Star que quise olvidar (¿no sabe Duffy vestir un acústico con dos guitarras o es que también era cuestión del mosqueo que llevaba? o quizás es que hubo de por medio alguna sustancia que su cuerpo no toleró demasiado bien…).

Me duele mucho decir esto, porque The Cult son uno de los grupos de mi vida, pero su comportamiento en el escenario en ocasiones no es muy profesional. Todavía recuerdo la gira de presentación de su disco de grandes éxitos, en Zeleste: tocaron sólo 1 hora y 10 minutos y, cuando la gente pidió un bis, Astbury confesó que los músicos que llevaban eran nuevos y no habían podido ensayar más canciones: que si queríamos, nos repetían la canción que quisiéramos, dijo. Uno de los momentos más tristes y patéticos que he vivido en un concierto, por mucho que fuera un placer escuchar por segunda vez en la misma noche She sells sanctuary. Por cierto, ese día también se me cayeron al suelo cuando vi a Astbury saltar al escenario con el pelo corto y dos coletillas ridículas a los lados (¡qué poderosa era la imagen de los dos con melena y enfundados en cuero negro en su primera visita al Palau d’Esports, gira Ceremony!).

En el concierto de 2007, el comportamiento de Duffy dejó mucho que desear. Él solito se bastó para hundir el show con su actitud. Un concierto siempre hay que sacarlo adelante, como sea. Si el técnico la ha jodido, habla con él después del concierto, échale si es necesario, o detén el concierto en serio, supera los problemas y vuelve por tus fueros. Y si la banda no toca como quieres, ¿por qué les has contratado? o, mejor todavía, ¿por qué no habéis ensayado más?

Con todo, y a pesar de los propios The Cult, es imposible no disfrutar cuando suenan canciones como Fire woman (esa intro…), el himno Love removal machine, Wild flower (si un riff suena bien, ¿para qué complicarlo?) o la deliciosa She sells sanctuary (¿es el dibujo de guitarra que va tejiendo Duffy lo que la hace especial? ¿es la voz de Astbury? ¿la letra? ¿la suma de todo eso?). Estás con unos amigos, tomando unas cervezas y contemplando una vez más a uno de los mejores grupos de rock de los últimos 25 años. Una banda con la que has crecido y de la que haces versiones con tu grupo de música amateur. ¿No es Billy Duffy ya como un hermano? ¿No es esa Grestch blanca una preciosidad? ¿Hay alguien a quien le queden mejor colgadas del hombro las Les Paul? ¿No volverás a verle cuando vuelva a la ciudad (sea o no por Navidad), no vaya a ser que esta vez toque ver uno de los conciertos memorables? Estás en familia. Estás en la ceremonia de The Cult.